domingo, 20 de noviembre de 2011

EL CUERPO Y LA ESPIRITUALIDAD

El Cuerpo y la Espiritualidad: Alexander Lowen 
«El sentimiento de espiritualidad, cómo cualquier otro sentimiento, es un fenómeno corporal. La idea de espiritualidad es un fenómeno mental. Es la misma distinción que hice antes entre creencia y fe. (...) Hoy estamos viendo cómo surge un nuevo respeto hacia el cuerpo, alejándonos poco a poco de la vieja dicotomía que veía a la mente y al cuerpo cómo entidades separadas y diferentes. Cuerpo y mente van juntos, cosa que siempre hemos sabido en lo profundo de nuestro ser, ¿Existe una mente sin cuerpo o un cuerpo sin mente? La respuesta es no. Los griegos decían: una mente sana en un cuerpo sano. [...]
Esta escisión no se puede superar por el solo conocimiento de los procesos energéticos del cuerpo. El conocimiento en si mismo es un fenómeno superficial que pertenece a la esfera del ego. Hay que sentir el flujo y notar el discurrir de la excitación dentro del cuerpo. Para conseguirlo hay que abandonar el rígido control del ego, de forma que las sensaciones del cuerpo puedan llegar a la superficie. Todo esto parece más fácil de lo que es porque ese control está ahí precisamente para evitar que eso ocurra. Ni el neurótico ni el esquizoide están preparados para dejar que la vida entre en funciones; le asustan enormemente las consecuencias en concreto, la sensación de desamparo que supone abandonar el poder y el control.

Para abandonarse hay que tener fe, pero la fe es precisamente de lo que carecen estas personas. Ante la ausencia de fe hay que controlar. Recordemos que todo adulto ha pasado antes por una fase de desamparo en su niñez y primera infancia. Si no se hubiera abusado de ese desamparo y su supervivencia no se hubiera visto amenazada, no habrían tenido que montar esa especie de control del ego que impide a la persona sentir las profundidades de su ser. Ahora bien, el vivir solo en la superficie carece relativamente de significado, por lo cual todo el mundo quiere abrirse camino a través de la barrera. Si no encuentran otro camino, utilizaran el alcohol o las drogas para restablecer algún contacto, aunque sea momentáneo, con su ser interno.

Además del miedo a la indefensión hay otros temores que fortifican la barrera. La gente tiene miedo a sentir la profundidad de su tristeza, que en muchos casos roza la desesperación. Tiene miedo de su rabia reprimida y del pánico y del terror que han suprimido también. (...) El objeto de la terapia es ayudar al paciente a enfrentarse con estos terrores desconocidos y a darse cuenta de que no son tan amenazadores como parecen. En realidad sigue contemplándolos con los ojos de un niño.

Abandonar el control del ego significa ceder al cuerpo en su aspecto involuntario, significa dejar que el cuerpo tome las riendas. Pero eso es lo que el paciente es incapaz de hacer. Siente que el cuerpo le va a traicionar. No confía ni tiene fe en el, teme que si su cuerpo toma las riendas, mostrara su debilidad, demolerá sus ilusiones, revelará su tristeza y ventilará su furia. Y en efecto, eso es lo que hará, destruir las fachadas que la gente levanta para esconder su verdadero yo ante si mismo y ante el mundo. Pero también abrirá una nueva profundidad a la vida al lado de la cual la riqueza mundana es una mera bagatela.
Esta riqueza es una plenitud del espíritu que solo el cuerpo puede ofrecer. Este pensamiento es nuevo, pues estamos acostumbrados a pensar que el espíritu está separado del cuerpo. Al cuerpo se le ve como algo material, mientras que el espíritu es una fuerza que vive en el cuerpo y lo utiliza para sus propios fines. Es la misma dicotomía que veíamos cuando hablábamos de la relación entre mente y cuerpo. ¿Que extraña malignidad impele al hombre a volverse contra si mismo y dividir la unidad de su ser en dos aspectos disociados? En libros anteriores he sugerido algunos de los factores responsables. Uno de ellos es el deseo de poder, que es un atributo de la personalidad del hombre occidental. Pero esta codicia de poder esta inseparablemente ligada a la búsqueda de conocimiento, y muy pocos de nosotros estamos dispuestos a abandonar esta búsqueda. Nuestra única esperanza reside en atemperar el conocimiento con comprensión. [...]
La propia fe es tan fuerte como la propia vida, porque es una expresión de la fuerza vital dentro de cada persona.» 

La Depresión y el Cuerpo. La Base Biológica de la Fe y la Realidad (Depression and the Body. The Biological Basis of Faith and Reality) Pag. 287. Alexander Lowen. Ed. Alianza, 1982.

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